viernes, 9 de noviembre de 2007

Sólo creo en mí.

"Cierra tu mente, relájate y déjate deslizar corriente abajo.
No es la muerte, no es la muerte”.

Tomorrow never Knows. Lennon & McCartney.

La mañana de aquel lejano y gris, ocho de Diciembre de 1980 nunca había significado nada para mí. Solamente años más tarde, gracias a eternos programas radiofónicos llegué a conocer que J.W. Lennon había sido asesinado a las puertas de su domicilio neoyorquino.
Fue con posterioridad a su muerte cuando miles de personas comenzaron a reconocer su inestimable aportación a la cultura del pasado siglo XX.

Figura antes denostada por muchos, se convirtió tras su óbito en blanco de numerosos agradecimientos póstumos. Yoko tuvo que hacer de tripas corazón y codearse con aquella pléyade de cínicos políticos, que, hacía unos años abogaban por expulsar a aquel miembro indeseable del país.

Se convirtió en un semi-Dios, y comenzó su adoración pagana. Lennon había irrumpido con fuerza en la galería de personajes históricos, y sus compatriotas loaban su pertenencia, por él rehusada, a la Orden del Imperio Británico.

Jamás había significado demasiado para mí; parte de un grupo de pop, con especial ingenio en sus composiciones.

Pero una noche mientras yo dormía plácidamente, el se acercó en lo que creía era un sueño. Me dijo- ¡Eh chico! ahora tú eres el “fab” que falta-, se quitó sus lentes, las restregó contra su camiseta limpiándoles la sangre, y me las ofreció adelantando su brazo izquierdo. -Sigue con la revolución- añadió.

Desperté sobresaltado, empapado en sudor. Encendí la lámpara de la mesilla y comprobé cómo una inesperada miopía se había adueñado de mis globos oculares. Yo, que jamás tuve problemas de visión, había ganado cuatro dioptrías en una noche.

Mis propios compañeros de trabajo notaron, mis al principio, cambios imperceptibles. Las gafas, mi forma de vestir e incluso la de hablar, denotaban que mi existencia estaba tomando una nueva e inesperada dirección.

Comenzó a agriarse mi temperamento, aumentando mi mordacidad a la par que también lo hacía mi ingenio para hilvanar frases brillantes y poner a prueba la paciencia de mis colegas. Incluso me vi sorprendido por mi nueva y extraña habilidad para componer pequeños versos y letras de canciones. Mi, hasta la fecha actuación, sujeta a parámetros de absoluta precisión, se fue tornando en dejadez y relajación de costumbres.

Ya nadie en la oficina era ajeno a mis excentricidades, salvándome el compañerismo de que mi comportamiento disoluto llegase a oídos de la superioridad.


Una tarde de especial tranquilidad, sumergido entre apilamientos de expedientes e informes, comencé para extrañeza de mi propia persona, a canturrear algo que sonaba por el hilo musical; era nada más y nada menos que: All you need is love. Quizás para muchos no resulte demasiado raro que esa canción se silbe, tarareé o canturreé; lo extraño era que yo, empleaba las palabras exactas sin vacilar ni errar en la pronunciación, cuando mi educación había sido siempre francófona.

Fue aquello tan sólo una pequeña anécdota, ya que meses más tarde mantuve una larga charla en perfecto inglés con un turista que me preguntó el camino hacia la catedral. Todo estaba adquiriendo tintes de suceso paranormal, digno de un “Expediente X”.

Más adelante podía aventurarme en cualquier Karaoque con todo el repertorio de los Beatles o de Lennon en solitario. Imagine se convirtió en bandera de mis vivencias.

Me pasaba largas horas cantando con ellos, siguiéndoles mentalmente en sus actuaciones, galas y conciertos. Cerrando mis ojos, acompañaba a Paul, George y Ringo al programa de Ed Sullivan, que vieron 17 millones de circunspectos espectadores; otro día volaba con Brian Epstein a alguna capital europea para concertar alguna actuación.

Entré en el ojo del tornado que me engulló por completo. Vinieron entonces los deslices amorosos, y mis primeros y fugacísimos abrazos al LSD. Recuerdo cómo el Dr. Robert nos mezcló las tabletas en el té.

El nacimiento de Julian supuso una inyección de moral para mi corta pero abatida existencia.

Poco a poco los conciertos comenzaron a hacerse insoportables; la multitud gritaba de forma tan atronadora, que por mucho que nos desgañitásemos forzando nuestras cuerdas vocales, era imposible que pudieren oírnos.

Y pronto surgieron las primeras desavenencias entre los chicos y yo. Paul y su forma de trabajo compulsiva. George y sus conatos místicos. Y Ringo...¡pobre Ringo!.

Mi cuerpo daba vueltas cada vez más deprisa en una espiral ficticia de la que me resultaba harto complicado salir. Me entregué a la heroína y al buen vino, y mis composiciones dejaron de ser tan brillantes como las de antaño. La fábrica “Northern Songs” había perdido al 50% de su accionariado: Lennon y Mc.Cartney eran ya exclusivamente, McCartney.

Fue cuando Yoko irrumpió en mi castigada y hastiada vida. Un viento fresco golpeó mi cara. Su personalidad influyó decisivamente en mi carrera. Dejé las drogas y refugiándome en su seno, volví a componer con la facilidad e ingenio de antes. Los Beatles habían recuperado a John, pero ya era tarde; no éramos un grupo, sino títeres; unos pollos sin cabeza que correteaban sin norte fijo.

-Los Beatles se separan definitivamente- anunció Paul una tarde de 1970. El sueño se había terminado. La morsa se sumergió en las profundidades y no salió a tomara aire hasta un par de años más adelante.

Yoko lo era todo para mí, nunca sentí un amor tan puro por alguna otra persona como por ella. Nos dimos nuestras manos y enseñamos al mundo nuestra felicidad y virginidad, sin pudor. Lo único que queríamos es que se diese un oportunidad a la paz. Aun recuerdo nuestro boda en Gibraltar, cerca de España. Fue uno de los días más felices que recuerde.

Ella era fuerte, más que yo, y me ayudó en mis recaídas, en incluso componía junto a mí las letras de algún que otro tema.

Por las noches tocaba la sonata “Claro de Luna” de Beethoven al piano, y juntos dormitábamos en el sofá de mimbre del jardín.

Cuando nos instalamos en Nueva York, pensábamos que el carácter cosmopolita de la ciudad haría que nos confundiésemos entre el paraje urbano.

Una mañana, me despedí de ella con un tierno beso en la comisura de sus labios, diciéndole que no tardaría demasiado; sólo grabaría unas pistas.

Él salió de entre un pequeño grupo de personas y me interpeló.

Fueron tres fogonazos, y sentí como mi pecho se hundía por el agudo dolor. Tumbado boca arriba en la acera suelo decir: “No creo en el dinero; no creo en el trabajo; no creo en el amor; no creo en mis padres; no creo en Jesús; no creo en los Beatles.... Sólo creo en mí. El sueño se acabó “Ayer”.

jueves, 8 de noviembre de 2007

SONRISAS





Mi perro está satisfecho con lo que hago, pues no está infectado con el concepto de lo que "debería" estar haciendo. Lonzo Idolswine



Me convertí en protagonista de la obra de teatro en la que se había transformado su vida. Aunque yo era el perro y él era el hombre, los dos mandábamos y los dos obedecíamos. Lo que le gustaba de mí era precisamente mi naturaleza canina, pura, primaria, ausente de maldad y de codicia, es decir, nada que ver con el ser humano, o por lo menos, con los seres humanos con los que se había relacionado hasta entonces. Y lo que a mí me encantaba de él era su nobleza, y sobre todo, su coraje para renunciar a todo por mí y por la música. No era más que un hombre feliz, aunque el resto del mundo pensase que era un desgraciado, un perdido y un borracho. Todo lo contrario, poseía una gracia innata que le hacía salir bien parado de las situaciones más comprometidas, se había encontrado a sí mismo el día en que decidió dejar su absurdo trabajo de pleitos sin sentido e interesados y avariciosos clientes para lanzarse a la maravillosa aventura de no tener que darle explicaciones a nadie, y , si bien es cierto que bebía un poco, lo hacía porque la asquerosa realidad necesitaba ser deformada y coloreada con pinceladas de vino rosado, que servían, como así me decía protocolariamente antes de interpretar en su roída Alhambra “ la Vie en Rose”, para hacerla más atractiva. Así, todos los días, salíamos a vivir, y lo hacíamos, no solo en el sentido literal de la expresión, sino en el poético y metafísico, pues, a pesar de nuestro aspecto inmundo, nos sentíamos libres, felices y plenamente reflejados en la letra y música de aquellas trece canciones que Sonrisas ,como así se había autobautizado derramando una botella de Lambrusco por la cabeza, había elegido concienzudamente. Trece porque era un número que le gustaba(odiaba a los supersticiosos) y porque consideraba que el hombre y la mujer, al cumplir esa edad, dejaban de ser buenos al verse desprovistos por un ser superior de la inocencia de la infancia. Todos menos él, que, por un pacto con ese ser a cambio de renunciar a la estúpida comodidad de su vida anterior, la había recuperado. Esa era la historia que me contó cuando salimos a nuestro rutinario paseo nocturno y jamás regresamos a aquella casa llena de lujos, que básicamente servían para complicarle su existencia y para aumentar su creciente desasosiego. Llegó a la conclusión de que se había convertido en el rey de los imbéciles, en el marqués del querer más, en el rico más pobre, en un excremento con corbata de seda y maletín que debía de abandonarlo todo salvo a su mí y a su guitarra , indultados por ser los únicos que le daban sentido a su hasta entonces patético devenir. De modo que eso fue lo que hizo y aquí estamos, un día más, da igual que día y en que calle. Un poquillo de jamón, vasito del rojo elixir y.... ¡Que comience el concierto!....... I see trees of green ....red roses too........I see them bloom..... for me and you........ And I think to myself......... what a wonderful world.... I think to myself......... what a wonderful world....